QUE EL LENGUAJE NO ES INOCENTE es algo que cualquiera puede comprobar escuchando una declaración política. En cualquier conflicto la primera batalla, y quizá la más duradera, se desarrolla en el terreno del lenguaje; quien consiga imponer su terminología dará el primer golpe.
Ante el actual fenómeno del terrorismo yihadista lo antedicho se confirma como cierto. Quizá más cierto que nunca, puesto que una importante parte del fenómeno consiste en su estrategia comunicativa y de expansión mediática, que les obliga a construir un edificio narrativo sólido que envase los sangrientos hechos con los que asfaltan su utopía político-religiosa.