Es cierto que hubo un tiempo en que el Estado tenía prácticamente el monopolio de la inteligencia. Los Estados la ejercían mediante instituciones públicas secretas (o muy secretas) encargadas de conseguir información útil para protegerse de las amenazas que ponían en riesgo al Estado, a sus intereses o a sus ciudadanos.
Los analistas de inteligencia, por aquel entonces, necesitaban ser capaces de memorizar grandes cantidades de información (sin ayuda de ordenadores ni Big Data). Con la poca información y medios que tenían, debían encontrar el punto débil de gobiernos, organizaciones, ejércitos o personas hostiles. Sus análisis se utilizaban para poner y quitar gobiernos, desestabilizar ejércitos o acabar con organizaciones terroristas.